Esa misteriosa realidad llamada familia
Dios al venir a este mundo, ha querido tener una familia humana. Ha querido ser hijo de una mujer, María, a la que ha confiado a un hombre que sería su esposo, José. Quiso ser educado por ellos, quiso obedecerlos y respetarlos. En una palabra, quiso depender de ellos. Dios no quiso que su Hijo fuera un ser solitario. Sino que quiso que naciera acompañado de personas que lo quieran y se hagan cargo de él. El Padre no envía al mundo a su Hijo para que salve al mundo por su “propias fuerzas”. Por el contrario, el Padre envía a su Hijo como un niño, indefenso, incapaz de hablar y de proporcionarse lo mínimo indispensable para sobrevivir. Así el Evangelio nos enseña que Dios no tiene miedo a arriesgar lo más precioso que tiene, su Hijo, y confiarlo a dos de sus insignificantes creaturas llamadas hombres. Dios quiere que su Hijo eterno, igual a Él en todo, necesite la ayuda de un padre y una madre humanos, a los que tendrá que honrar, amar y obedecer (!), de los cuáles tendrá que apr