Jesús llora sobre Jerusalén

"Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: «¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes. Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios»". (Lucas 19,41-44)

Jesús llora sobre Jerusalén. El hombre más humilde de todos se lamenta de que sus hermanos no ha comprendido el mensaje de Paz que ha venido a traer a los hombres. El salvador llora porque los hombres no quieren ser salvados.

Jesús llora. Pero al Jesús llorar sobre Jerusalén, no llora sólo un hombre, llora Dios: ¿Cómo puede llorar Dios? ¿Cómo puede derramar lágrimas de impotencia el que todo lo puede? El omnipotente llora su impotencia, porque, a pesar de su poder infinito, tiene una debilidad: ama demasiado y ha arriesgado demasiado. El amor lo ha hecho vulnerable. Y su debilidad ha llegado a tanto que no le ha dejado otro camino que el de la muerte en Cruz.

Jesús llora, porque no puede imponer su amor a quienes ha llamado a ser sus amigos. Llora porque sufre el precio de la libertad que ha dado a sus amigos. Llora porque para para poder ser amado, tuvo que aceptar el riesgo de ser rechazado ya que la alegría no puede imponerse.

Jesús llora porque Jerusalén no quiere llorar sus pecados. Jerusalén no quiere su amistad. Ha preferido la propia justicia a la misericordia.

Jesús llora porque ama a unos hombres que lo aman demasiado poco y a los que no puede obligar a amarlo, su omnipotencia no sirve de nada si los hombres no quieren aceptarlo como Dios.

Jesús llora porque su locura lo ha llevado demasiado lejos. Han pisoteado su dignidad de Dios y no ha logrado que los hombres la acepten como regalo gratuito.

Jesús llora porque los hombres soberbios no quieren aceptar un Dios humilde. No quieren renunciar a la fuerza y la prepotencia. Quieren un Dios poderoso, pero no uno débil.

Jesús llora porque a los hombres andan demasiado preocupados por las riquezas y no le interesa un Dios pobre y mucho menos la pobreza del amor.

Jesús llora porque los hombres quieren ser los fabricantes de su justicia y no quieren recibirla como don gratuito. No necesitan de la misericordia de un Dios que muere maldito en una cruz maldito por la ley (Gál 3,13), que come con publicanos y prostitutas.

Jesús llora porque los hombres creen que se bastan a sí mismos y no se quieren abandonar en las manos de un Padre Todopoderoso.

Jesús llora porque los hombres no han querido la Paz por no aceptar la guerra contra sí mismos.

Jesús llora porque los hombres han considerado indigno de sí mismos un Dios que acepte hacerse él último de todos para salir en busca de su ovejita descarriada.

Jesús llora porque los hombres prudentes no pueden aceptar un Dios que se alegre más por el pecador que vuelve, que por los 99 justos que no necesitan convertirse.

Jesús llora porque su alegría escandaliza a los hombres como escandalizó al principio del tiempo al demonio.

Jesús llora porque los hombres son demasiado serios. No saben que han sido creados para compartir con él su alegría.

Jesús llora. Lloremos nuestros pecados, para que pueda volver a sonreir. Premiemos sus lágrimas. Enjuguemos sus lágrimas para que el pueda tener la alegría de enjugar las nuestras (Apoc. 21,4)

Jesús llora. Si no podemos amar como él, al menos lloremos como él para que vuelva a sonreir. Si sus lágrimas nos han conseguido el perdón, ¿Qué no nos conseguirá sus sonrisa?

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