Vover a casa

Volver a casa después de haber tirado por la ventana la herencia de tu viejo y haberla gastado en estupideces. Y no saber qué es lo que puede ocurrir… 


Esto que vivió en carne propia el hijo pródigo de la parábola resume en una imagen lo que significa convertirse. Esta palabra viene de una palabra hebrea ( ;) )  que quiere decir retornar. Lo que quiere expresar es, por ejemplo, lo que realiza un auto si quien conduce se da cuenta que debe ir para el otro lado del que está yendo. Tomar la senda correcta implica dos cosas: abandonar la dirección por la que se circula y esto para tomar otra que es la justa.
La conversión, por lo tanto, consiste en hacer estas dos cosas con nuestra vida: Dejar de hacer algo que nos damos cuenta que nos aleja del lugar hacia el que queremos ir y tomar nueva dirección. En otras palabras, arrepentirse de lo que veníamos haciendo mal y encaminarse hacia algo nuevo.
Es muy importante mantener en este movimiento la unidad de ambos elementos. Si esto no se hace quedaremos parados en la mitad del camino.
En primer lugar, porque sucede que muchas veces se concibe la conversión como un simple arrepentirse de lo que hice mal. Como cuando uno va al restaurant y pide milanesa y cuando el mozo se va, te das cuenta que lo que querías era otra cosa. Y entonces uno se enoja de ser tan estúpido de no saber elegir, etc. O cómo cuando nos sentimos mal porque no llegamos a dominar una situación en la que nos vimos desbordados, y nos dolemos de no haber sabido reaccionar como era debido. Esto no es convertirse. En este caso, el dolor es un arrepentimiento, pero no es una conversión. Es sentir culpa, pero no pedir perdón. Este dolor no viene de Dios, sino de nuestro amor propio, herido porque la realidad ha desmentido nuestra absurda imagen de suficiencia, perfección, belleza, etc.
Para entender la conversión es necesario en realidad agregar algo más.
Para ello, recurramos a otro ejemplo. Un amigo te dice que lo pases a buscar a las 8. Vas al médico y de tantas cosas que había para hacer te olvidas de hacerlo y lo dejas plantado. En este caso, puede darse un arrepentimiento y un dolor. Pero que es muy distinto de los anteriores. Es el dolor, no tanto, de haber hecho algo mal, sino de haber fallado a alguien. Si es sincero, se soluciona muy fácil. Recibiendo el perdón del amigo. Queda el dolor de que el mal que sufrió es irremediable, y por eso el dolor sincero mueve a querer reparar el perjuicio y a hacer lo posible para resacirlo, pero el consuelo de haber hecho las paces, borra el sentimiento de haber fallado. Lo que queda de sentimiento de frustración, es más bien para sospechar. Nuestro amigo, sin duda, preferirá vernos alegres, que un vernos golpearnos por algo que ha perdonado.
Existe además de esta, otra forma de herir a alguien que queremos. Y es herirnos a nosotros mismos. Una madre prefiere mil veces que la golpeen a ella que ver cómo le pegan a su hijo de 5 años; un amigo sincero, no puede tolerar ver a su amigo drogándose. En pocas palabras, el amor sincero hace dolerse de los males de los demás y por eso, hiriéndonos, provocamos dolor de los que nos quieren.
Por eso, el arrepentimiento no sólo consiste en pedir perdón de hacer daño a los demás, sino incluso de hacernos daño a nosotros mismos. Un verdadero amigo incluso preferirá lo segundo, para lo cual será incluso capaz de olvidar lo primero.
Esto muestra el aspecto más profundo de la conversión. Convertirse es arrepentirse del mal que hacemos a las personas que amamos, sea a través del mal que directamente les infligimos, o sea a través del mal, que les hacemos a través del mal que nos hacemos a nosotros mismos.
Así, entra el otros aspecto de la conversión que nunca debe separarse del arrepentimiento. Convertirse es arrepentirse del mal que hicimos, para dar a quienes nos quieren la alegría del vernos reconciliados con ellos. Es dejar de realizar lo que los hiere para verlos sonreír de nuestra llegada. La conversión es así, el arrepentimiento que nos lleva a confiarnos al perdón de quien amamos.
Un amigo así, capaz de perdonar no es fácil de encontrar. Pero existe. “Apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; pero Dios nos muestra que nos ama en que Cristo, murió por nosotros siendo nosotros todavía pecadores. (Rom 5, 6-9)
Y con esto llegamos al aspecto  más profundo de la conversión.
Convertirse es arrepentirse del dolor que hemos provocado a Dios hiriéndonos a nosotros mismos por el pecado. Como una madre, a Dios no le importa que se lo trate mal, pero no puede soportar que nosotros lo hagamos con nosotros mismos. Dios no puede tolerar el pecado porque no puede tolerar el ver que nosotros usemos el don de la libertad que nos ha dado para hacernos mal.
Por eso, convertirse es arrepentirse del mal que hemos hecho, para ir al encuentro del rostro de Dios que nos espera como el Padre de la parábola, guardando a lo lejos cuándo llegará finalmente el día en que su hijo finalmente deje de hacer tonterías y se dé cuenta que no hay lugar tan bueno para él como la casa de su padre.
Nuestro Padre no soporta vernos lejos de casa. No puede tolerar el mal que nos hacemos. Solo le interesa que volvamos. Dejá aquello que te aleja de su casa y volvé. No lo prives de esta alegría.
Y, levantándose, partió hacia su padre. "Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. aos prisa; traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la fiesta. (Lc. 15, 20)

Conviértete y cree en Evangelio.

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