Si ves un hombre sabio que tus pies desgasten el umbral de su puerta (Eclo 6,36)

Cuando quieras buscar un sabio (o sabia), mira como se lava los dientes; como saluda a su vecino; como maneja en un día de tráfico; cómo reacciona cuando pierde su equipo de fútbol; cómo devuelve una sonrisa ante quien no se ha acordado de ella; cómo responde a su marido cuando éste ha decidido ponerse en modo "ahorro de energía"; cómo sabe esconder su cansancio para no romper la ilusión de sus hijos cuando llega a casa muerto de trabajar.
Quiero  decir, si querés conocer un sabio:
No te fijes en lo que dice; "no el que diga "Señor, Señor" entrará en el Reino de los cielos".
No te admires de lo que sea capaz de hacer de vez en cuando, cualquiera puede tener algún día inspirado
No te dejes llevar por lo que hace cuando todos lo miran; "yo les aseguro que estos  ya han obtenido su recompenza".
No te guíes por apariencias, porque "Dios mira el corazón".
Cuando quieras conocer un sabio, andá a preguntarle a su mujer (o su marido); o a sus hijos;  a sus rivales de fútbol; a su vecino de trabajo; al verdulero de su esquina; al mendigo con el que se encuentra todos los días al ir al trabajo.
Un sabio se conoce por sus obras. Y no aquellas que hace de vez en cuando. Sino las de todos los días, que forman parte de la vida rutinaria, delante de aquellas personas que comparten su vida y que de tal modo conocen sus miserias que no tiene sentido aparentar delante de ellas una justicia que no tiene.
Un sabio se conoce por aquello que hace en la oscuridad. "Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios."
Un sabio se conoce porque obra de cara a su "Padre que ve en lo secreto", porque sólo de él espera su recompenza.
Un sabio no cree ser un sabio. No cree hacer cosas grandes. No cree ser gran cosa.
Un sabio sabe que la sabiduría es un don de lo alto. Y que si en algo reconoce ser digno de estima no por eso se gloria, sabiendo que nada tiene que no haya recibido. Y que si lo ha recibido es para que de frutos para los demás.
El mundo está lleno de hombres que dicen ser sabios y no lo son. Y de hombres y mujeres ignorantes que no lo saben.



"Hijo, desde tu juventud haz acopio de doctrina, y hasta la vejez encontrarás sabiduría.
Como el labrador y el sembrador, trabájala, y cuenta con sus mejores frutos, que un poco te fatigarás en su cultivo, y bien pronto comerás de sus productos.
Mete tus pies en sus anillas, y en su collar tu cuello.
Encorva tu espalda y cárgala, no te rebeles contra sus cadenas.
Con toda tu alma acércate de ella, y con toda tu fuerza guarda sus caminos.
Rastréala, búscala, y se te dará a conocer, cuando la hayas asido, no la sueltes.
Porque al fin hallarás en ella el descanso, y ella se te trocará en contento.
Te serán sus anillas protección poderosa, y sus collares ornamento glorioso.
Pues adorno de oro es su yugo, y sus cadenas cordones de jacinto.
Como vestidura de gloria te la vestirás, te la ceñirás cual corona de júbilo.
Si quieres, hijo, serás adoctrinado, si te aplicas bien, entenderás de todo.
Si te gusta escuchar, aprenderás, si inclinas tu oído, serás sabio.
Acude a la reunión de los ancianos; ¿que hay un sabio?, júntate a él.
Anhela escuchar todo discurso que venga de Dios, que no se te escapen los proverbios agudos.
Si ves un hombre prudente, madruga a seguirle, que gaste tu pie el umbral de su puerta.
Medita en los preceptos del Señor, aplícate sin cesar a sus mandamientos.

El mismo afirmará tu corazón, y se te dará la sabiduría que deseas" (Eclesiástico 6, 18-37)

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