La película más grande de la historia (más conocida como Santa Misa)
Hoy celebramos Corpus Christi, es decir la fiesta de la Eucaristía.
No es tan fácil darse cuenta lo importante que es esto. Los cristianos vamos a Misa, pero no siempre nos damos cuenta de que estamos haciendo al hacer esto. En general decimos, “voy a Misa”, casi como cuando decimos “voy al cine”. Y en la práctica es más o menos lo que hacemos. En la misa no hacemos algo muy distinto que cuando vamos al cine. Y, sin embargo, es totalmente al revés.
Ir a Misa no significa ir a “mirar algo”. Cuando vamos al cine, vamos a recibir algo. En la Misa también. Pero no es igual. Lo que recibimos en el cine es absolutamente pasivo. Puede ser que nos comprometamos con lo que pasa a los autores, que lloremos, y que nos identifiquemos con la historia. De ese modo, de algún modo participamos de la película. Pero, en realidad no hacemos nada.
En la misa en cambio “miramos”, pero no es como en el cine. Es algo que realmente sucede. El sacerdote no es un actor, aunque tenga que ponerle un poco de onda. Lo que diga o haga, las mil tonterías que pueda hacer para hacer más interesante el espectáculo no importan. En realidad, estorban. O son importantes sólo para quienes todavía no ven lo esencial y necesitan que en la comida les pongan un poco de azucar y miel para comerla. A ningún santo le importaba lo que hacía el sacerdote, a no ser que quien encarnara aquella palabra “sacerdote” tuviera aquél plus que le confiere el que fuera “santo”. Pero no es eso lo que importa acá. Insisto, lo que el cura haga, poco importa. De él se espera poco, no más que unas pocas palabras esenciales con intención de hacer lo que la Iglesia quiere hacer en esa oportunidad. Y que no son la homilía, en la que sólo comparte la propia pobreza con los demás. Lo importante en la Misa es lo que hace el Espíritu Santo. Y vuelvo a repetir la palabra más importante: HACE.
En la Misa ocurre algo. Y es la cosa más grande que se pueda pensar. Es difícil de entender y explicar. Pero basta acá con decir que sucede aquello que está mas allá del tiempo, que pertenece a la eternidad de Dios y por eso no pasa. Es el acto de libertad por el cual el hombre Jesús, unido en la persona del Hijo a la divinidad, movido por el Espíritu Santo en su corazón humano, dice que SI al Padre y se pone en sus manos. Jesús acepta por amor llegar hasta el fondo de su entrega al Padre. Debe dar testimonio de la verdad sin importar los obstáculos que esto pueda significar. Sin mirar a la propia vida. Sin escapar de aquella Verdad. Aunque esta lo lleve a la cruz. Esto es lo que llamamos que Jesús se ofrece en sacrificio por el perdón de nuestros pecados.
Esto es lo que celebramos cada vez en la Misa. Jesús ha dado la vida por nosotros. La Misa no es una ficción. Es algo real. Tan real que no pasa nunca porque pertenece a la eternidad de Dios.
Por lo tanto, la Misa no es como ir al cine. Es todo lo contrario. En el cine vamos a recibir pasivamente, en la Misa recibimos activamente. ¿Cómo? No cantando, bailando y qué se yo que más. La misa es una fiesta y necesita de nuestro cuerpo. Pero eso viene después. Si no se tiene primero esto claro, lo demás confunde, distrae. Nuestra participación en la Misa es distinta. Se da en el cuerpo, pero en cuanto es el signo visible del corazón. La participación de la Misa consiste en ponerse en sintonía con lo que celebramos. Es decir, en hacer nuestro o quizá sería mejor decir, en no poner obstáculos, a lo que hizo Jesús por nosotros. Así como el se ofreció en sacrificio, es decir dio su vida por nosotros en alabanza al Padre, así también lo hacemos nosotros. La diferencia está en que mientras Jesús hizo esto como hombre por ser Dios, nosotros lo hacemos porqué el lo hizo por nosotros. Dicho en otras palabras, nosotros lo hacemos no cerrándonos a la fuerza del Espíritu que quiere derramar en nosotros. Él lo hizo porque era fuerte, nosotros porque reconocemos que la única fortaleza posible a nuestra debilidad es recibirla gratuitamente de él.
En la cruz Jesús lo hizo entregando su cuerpo a los verdugos, aquí lo hace entregando su cuerpo a sus hermanos. En aquél Viernes, dio su vida mortal, aquí nos da la inmortal. En ambas se de deja partir por amor del Padre y para nuestra salvación. La diferencia está en que en la segunda la carne y la sangre se dan bajo la forma del signo del pan y del vino.
La misa es la actualización del sacrificio de la cruz bajo la forma del pan y el vino. Esto es lo importante. Lo demás es nuestro modo humano de celebrarlo. Cantamos, rezamos, nos arrodillamos... Hacemos participar nuestro cuerpo. Pero no para divertirnos, sino porque así como éste ha sido el instrumento de su donación por nosotros, también lo debe ser de la nuestra. Si buscamos en esto la alegría es porque no está bien que nuestro regalo a Dios sea hecho con cara larga. No puede ser que la fiesta de la vida sea aburrida o insoportable. Lo festejamos porque los seres humanos necesitamos festejar lo importante. Porque a través de la alegria decimos al mundo “esto es importante para nosotros”. Porque no estaría bien que no conociera lo que hacemos pensara que es una cosa desprecible. Por el contrario, la alegría debería invitarla a descubrir el tesoro escondido en el campo. Y animarla a juntar las fuerzas necesarias para desenterrarlo.
Así la Misa debe ser divertida. Porque nuestra alegría es el mayor regalo que un Hijo puede ofrecer a su Padre. Dios quiere vernos contentos. Y quien no esté convencido de esto lea el Evangelio. Que mire como Dios recibe a su Hijo pródigo, como su Hijo come y bebe entre publicanos y pecadores.
Pero la diversión no debe hacernos perder lo esencial. En efecto, la palabra española “diversión” viene de un verbo latino que significa “desviarse”. En su sentido etimológico, lo que esta palabra quiere indicar es la búsqueda de algunas personas de desviarse de las cosas serias de la vida y perderse en actividades que la distraigan. Así divertirse es distraerse. Pero un cristiano debe ser todo lo contrario de un distraído. Debe, por el contrario, vivir con los ojos bien abiertos a las necesidades de los demás y no escapar de los pobreblas de sus hermanos. Debe hacerse prójimo y mirar al hermano caído en el camino, como lo hizo aquél samaritano de la parábola.
Por eso, la participación de la misa debe ser alegre. Porque “Dios ama al que da con alegría” dice san Pablo. Las cosas hechas de mala gana son cosas hechas a contrapelo. Y sin libertad de nada sirve que pasemos horas delante del santísimo o que demos nuestra vida a los pobres. El miedo, el cumplimiento del deber, no valen de nada. Si eso se da sin alegría, es decir generosamente, libremente, no hay amor.
Pero la alegría no necesariamente significa diversión. Por el contrario, la diversión puede ser un signo de que no poseemos la verdadera alegría en el corazón y por eso necesitamos desviar nuestra atención hacia otras cosas, más inmediatamente atrayentes, que impacten a nuestra sensibilidad, a nuestros ojos o oídos, que nos “hagan sentir” bien, que, en fin, nos den una gratificación.
No significa esto que todo eso se deba dejar, pero como un camino. No como un desvío. Debe ser divertido en el sentido de que a Dios agrada nuestra alegría y porque no podemos festejar a Dios con cara larga. Pero no divertido en el sentido de que sea un desvío, que nos ahorra la dificultad del necesario y largo camino por el que se llega a lo esencial.
Si nos alegramos es como un regalo a Dios, no para divertirnos nosotros. La diversión, en efecto, es un arma de doble filo. Así lo habían visto los antiguos.
Así, dicho todo esto, podemos ver en que se parece la Misa a ir al cine. Y la semejanza está en que cuando miramos una película nos olvidamos de nosotros mismos. No nos damos cuenta ni del tiempo que pasa. No queremos ni parar para ir a hacer pis. No nos interesa otra cosa. Nos sumergimos de tal modo en la vida de quienes miramos que nos olvidamos de nuestra vida, de sus problemas, de sus mil vueltas, de nuestros proyectos, caprichos, etc. Durante dos horas, vivimos la vida de otras personas, al punto que lloramos y nos alegramos de lo que les pasa como si fuera que nos sucediera a nosotros mismos.
Ojalá nos pase eso en la Misa. En esta no se ve. Pero creanme, el actor principal es mucho más lindo que Brad Pitt (Sal 44,1) y la historia, pueder ser que en algún momento te haga llorar, pero, si algo sabemos, es que tiene un final feliz en serio.
(el THE END se verá en el cielo).
