Sólo en Dios descansa mi alma


“Sólo en Dios descansa mi alma,
de él me viene la salvación.
Sólo él es mi Roca salvadora;
él es mi fortaleza: nunca vacilaré”
(Salmo 62, 2-3).        


David, a quien se atribuye este salmo, era un guerrero. De ahí que este salmo 62 se refiera a Dios con un lenguaje tomado de la guerra. Dios aparece así como de quien viene la salvación, la cual no depende de las armas que se poseen o de la cantidad de soldados que tenga nuestro ejército, sino de la fuerza de Dios. El enemigo es numeroso, pero Yahvé lo vencerá (Sal 27, 1). Por otro lado, es también una roca, es decir un lugar indestructible, que sirve de refugio a los ataques del enemigo; una fortaleza en lo alto de una montaña que es difícil de atacar desde abajo. En un lugar así, un guerrero puede descansar y estar tranquilo sabiendo que está protegido. Aplicando esto a Dios, David reconoce que Dios es el lugar donde se siente seguro, donde, por lo tanto, puede descansar de sus luchas y de quien espera la victoria sobre el enemigo.
La historia de David es expresión de la historia de Israel, la cual se divide en la tensión entre confiar en Dios que lo ha elegido pero a quien no se ve y que exige la conversión del corazón y entre confiar en las grandes potencias de su tiempo como Egipto o Babilonia. O se elige estar a la sombra del Dios de los ejércitos, como lo llama la Biblia, y depender de sus impredecibles y misteriosas intervenciones en la historia, o se elige la visible, palpable, mensurable seguridad que viene de seguir de las armas, los caballos y el gran ejército de los poderes de este mundo.
Esta es también nuestra lucha. Y esta es también la más profunda tensión en la que vive nuestro corazón. O confiar en el Dios vivo y verdadero que cómo única arma nos da la confianza en él y la fuerza del amor hasta el don de la vida, o, por el contrario, recurrir a la fuerza que nos da nuestra inteligencia, nuestras habilidades, los grandes medios técnicos y económicos o nuestros propios dones. O vivir de la certeza que Dios no puede abandonarnos o de la seguridad que nos dan nuestras conquistas y el dominio sobre los demás. ¿Dejaremos a Dios ser la fortaleza que nos permite descansar? ¿O el miedo nos impulsará a construir otras?
No creas que la elección parte de cero. Lamentablemente, tu vida, como la de cada uno de nosotros, ya está sostenida sobre estas falsas fortalezas que nuestros miedos nos ha hecho construir. De ellas esperamos la salvación y de ellas obtenemos descanso. Por eso, la tarea no es únicamente la de ir hacia la fortaleza de Dios. Primero es necesario escapar de las que hemos construido. Pero esto nos da miedo. Porque el camino es peligroso. Y porque, aunque las falsas fortalezas no ofrezcan refugio real, sí nos generan la ilusión. Y porque, en definitiva, nos hemos acostumbrado a ellas, sin saber que éstos pobres ranchos de esclavos son indignos de las verdaderas habitaciones de los Hijos del Rey que nosotros somos. Creemos que estamos bien y que nuestra vida está protegida. Pero esto es solo porque el enemigo todavía no ha comenzado a atacar…
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El salmo se refiere así al centro de la vida espiritual. Solo Dios es quien, en definitiva, nos hace vencer las dificultades de la vida y es capaz de salvarnos. Sólo Él es el refugio en quien podemos descansar. Bajo su sombra los enemigos no pueden hacernos daño. Pero para ello, es necesario destruir y escapar de las falsas fortalezas que nuestro miedo al enemigo, a la derrota y sobre todo, a la aparente lejanía de un Dios que no aparece, nos han hecho construir. Ellas no son sino la solución a medias que nuestra falta de confianza en Dios nos ha impulsado a construir. No se puede estar en dos refugios al mismo tiempo.

…………
En el orden afectivo, nosotros descansamos cuando encontramos aquello que consideramos nuestro tesoro. Por eso, Jesús dice que “Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón”. Es decir, allí, en aquello que tu corazón ama y que, por ello, considera su tesoro, estará tu descanso, tu deseo y tu alegría. Y, por lo mismo, en aquello que te lo impide estará tu odio y tu rabia, en la posibilidad de perderlo tu miedo y en su pérdida, tu tristeza.
La vida espiritual se halla siempre en tensión entre dos polos. Por un lado, la esperanza que nace de aquello que consideramos nuestra fuerza y que nos da seguridad y, por otro, el miedo, que nos hace recurrir a soluciones
Así, aquello en lo que descansamos y nos alegramos es un signo de dónde tenemos puesto el corazón. Podemos parecer grandes apóstoles, por ejemplo, pero no encontrar descanso sino en los elogios que esperamos de eso y no en el bien que hacemos. El signo de ello será que, en vez de alegrarnos del progreso de la gente, no descansamos hasta que la gente nos reconozca lo que hicimos y nos enojamos y nos entristecemos si nadie nos felicita.
Por lo tanto, la atención a nuestras reacciones es una buena forma de conocer las intenciones la verdad de nuestro corazón:. Te propongo escribir en un papel una lista de las siguientes cosas tal como te vienen rápidamente a la cabeza, sin pensarlas demasiado:
1. Aquello (personas, cosas, circunstancias, posesiones, dones, etc) que me hacen estar a mil y no poder parar.
2. Lo que tengo miedo a perder
3. Lo que me entristece.
4. Aquello que considero un obstáculo y me hace enojar.
5. Lo que me da seguridad y considero una fortaleza de mi vida
6. Aquello que cuando lo alcanzo me hace descansar.
7. Aquello que me da placer realizar.

Esto pude ser así un mapa de tu corazón. Lo que te entristece, te da miedo o hace enojar muestra aquello que considerás una amenaza para el tesoro donde tenés tu corazón. Por el contrario, lo que te da seguridad, alegría o placer realizar en un signo de que es ahí donde va tu corazón. Obviamente no será un esquema científico y exacto, pero puede ayudar a empezar a entrar en el corazón. Y que podes retomar todas las veces que quieras, como un pintor que va retocando de a poco su obra.

“Solo en Dios descansa mi alma”. ¿Es así?

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